Miro Popic
Yuman Ley Wong, el fundador del conocido y tradicional restaurante de comida china, falleció el 11 de enero, pero su legado seguirá vivo de la mano de sus sucesores
La cocina china en Caracas tiene un antes y un después. La diferencia la marca un nombre: Chez Wong. Por su afrancesamiento, debería leerse como “en casa de Wong”. Efectivamente era así. Entrar en su sala era como llegar a la casa de su creador Yuan Ley Wong. Figura diminuta y frágil, aparentemente, hizo de un pequeño espacio en la avenida Solano de Sabana Grande un reducto de interpretación comprensible de la milenaria culinaria asiática.
Hasta ese entonces, a finales de los años ochenta, los restaurantes chinos eran un misterio tanto en sus propuestas como en sus personajes. A falta de letras había que ordenar por números. “Dame un 14, un 23 y luego dos 45 para compartir”. El mesonero garabateaba rayas entrecruzadas en la comanda y al final te comías lo que llegaba, aunque no fuera lo que creías haber ordenado. Para guiarte estaban las fotos de cada plato confiando en que una imagen vale más que mil palabras, como dice el proverbio chino.
Fui víctima de esos errores cuando en el “chino de la Baralt”, no recuerdo su nombre, pero así lo llamábamos en El Nacional de Puerto Escondido, se me ocurrió ordenar lo que estaba en un letrero escrito en cantonés. Imposible, era una oferta de viaje a Hong Kong.
Yuman Ley Wong logró superar la barrera de la incomunicación y optó por lo más elemental, el español. Te recibía él personalmente en un correcto castellano con un indisimulado acento chileno. La carta, reducida y concreta, alejada de variantes semánticas de casi lo mismo, era leíble y entendible. Todos los mesoneros eran criollos y hablaban como nosotros. Eso da seguridad. Luego estaba el ambiente, alejado de pagodas y dragones colorinches; los manteles, siempre blancos y limpios, y los cubiertos. Si querías comer con palillos debías pedirlos. Y, para acompañar, vino. Eso hizo de Chez Wong un ícono. Marcó la diferencia.