Ileana Matos / @improductora
Carmen Luisa Rivero enseña a preparar ambos platos en los dos talleres que dicta a través de WhatsApp, por iniciativa de la Fundación 100% San Agustín, para recaudar fondos a beneficio de las actividades culturales del barrio caraqueño
Sin coco no hay cafunga ni majarete. Por eso, lo primero que aprenden los participantes de los talleres organizados por la Fundación 100% San Agustín –que se ofrecen por WhatsApp, a beneficio de los programas culturales que benefician a los niños del barrio caraqueño- es a romperlo correctamente, para aprovechar su pulpa y el agua que la acompaña.
Basta un martillo para hacerlo. El coco debe sostenerse con una mano por el lado opuesto al de los ojitos que tiene la cáscara y, mientras se gira sobre su eje, darle golpecitos en la superficie. Una vez abierto se verifica que esté en buen estado. “Si el sabor es ácido debe descartarse”, advierte Carmen Luisa Rivera de Linares, responsable de los talleres de cafunga, postre tradicional de la cocina barloventeña, y de majarete, preparación que se come en todo el país
Nacida en San Agustín y criada en Curiepe, de vuelta al barrio comenzó a ofrecer el cafunga que aprendió a hacer con su madre y su abuela, y el majarete que le enseñó a preparar su tía Estanislá. Lo cuenta mientras ralla la pulpa del coco con la que preparará el primero de los dos dulces mencionados, una parte por el lado fino del rallo y la otra por el más grueso, para darle textura a la preparación.
Ya listo, hace lo mismo con el cambur titiaro, ingrediente que le aporta dulzor a la preparación. “Se pueden usar manzanos o guineos, pero muy maduros”, explica la cocinera, mientras añade canela y anís al cambur rallado, mezcla a la que incorporará harina de trigo antes de agregar el coco.
Debe quedar una masa densa, que se envuelve en hojas de plátano –“la parte rugosa debe quedar hacia afuera”- en pequeñas porciones. El cafunga es un bollo alargado y su mejor compañero es el queso blanco rallado, asegura la cocinera mientras coloca sobre el budare cada uno de los envoltorios. Unos 15 minutos después abre las hojas y confirma que sobre la superficie de cada una de las cafungas se note una conchita, similar a la que lucen las arepas cuando están ya casi listas. La cocción finaliza con un ratico en el horno.
Pulpa y agua. Para la elaboración del majarete se utiliza el agua de coco y la pulpa picada en trozos pequeños. El resto de los ingredientes son harina de maíz, papelón, canela en rama y en polvo, y clavo de olor. “Lo primero que se debe hacer es hidratar la harina por alrededor de tres horas, tapada con un paño, en un envase que permita cubrirla de agua”, explica la cocinera.
Luego hay que trabajar con el coco. Ya cortado debe licuarse en su propia agua –si es necesario se añade una cantidad filtrada al vaso de la licuadora- y colarse a través de un tamiz, sin apretar mucho para que quede un poco de fibra húmeda sobre la tela, que se usará posteriormente.
Esta primera leche se reserva y se procede a extraer la segunda mediante el licuado de la fibra húmeda que también debe colarse. En el líquido obtenido se derrite el papelón con las ramas de canela, el clavo de olor en polvo y una cucharada de sal. Mientras este paso avanza, se licua la harina de maíz ya hidratada, muy poco a poco, en la primera leche de coco.
“Debe quedar con la consistencia de una merengada espesa”, agrega Carmen Luisa, antes de añadirla a la olla donde espera el papelón ya derretido, para mezclarla con cuchara de madera hasta que se comiencen a formar “volcancitos” en la superficie. Cuando esto sucede se retira del fuego, se vacía en el molde elegido y se espolvorea con canela en polvo.
“Este postre, caliente, es reconfortante”, dice la cocinera, quien reconoce que se come más en su versión fría y recuerda que es plato fijo en las mesas domingueras de Curiepe.